Por Valentín Sánchez Daza
Me parece que en el año 2005, cuando trabajaba en la Universidad Nacional Agraria de la Selva, afiance mi amistad con el escritor Elí Caruzo García. Vivía entonces en un cuarto alquilado en la ciudad de Tingo María y Elí venía cada tanto a sacarme de mi modorra, a bordo de su vetusta moto, que sin embargo alcanzaba niveles extremos de velocidad durante nuestras incursiones nocturnas. “Si nos chocamos, solo cierras los ojos”, recuerdo que me dijo una noche cuando regresábamos de los extramuros de la ciudad.
Por aquel entonces, la editorial San Marcos de Lima ya había editado y reeditado, en el 2003 y 2005, respectivamente, su primer libro El mejorero y otros cuentos, un volumen de relatos que iniciaba así su exitosísimo camino de preferencia entre la crítica y los lectores, pues luego continuó reeditándose, y que a decir del escritor Oswaldo Reynoso “son relatos por donde desfilan diversos personajes insólitos con historias, a veces tristes, de humor y de heroísmo cotidiano”. Posteriormente, en los años 2011 y 2013, Elí publicaría sus otros dos libros de cuentos: Flor silvestre y La venganza del Mejorero, editado por Cauce Ediciones y Pasacalle, con los que tiene 3 libros publicados hasta la fecha.
Ese año 2005, creo que el 20 de diciembre, estábamos con Elí cuando nos enteramos de que en Angasyacu, un poblado entre Tingo María y Aucayacu, una columna narcoterrorista había abatido en feroz emboscada a ocho policías. Mientras dábamos vueltas por la ciudad, yo veía cómo afloraba en los rostros de las personas el dolor, la angustia, la agitación y el terror. Era como si un trauma colectivo se visibilizara y comenzara a dominarlos, un estado que evidenciaba la secuela sicológica que habían adquirido en los peores días de la demencial violencia política que sufrieron durante dos décadas. También advertí, entonces, que este tema era ineludible en la vida de Elí, así como la violencia en sus diferentes manifestaciones, tal como se puede constatar en sus libros, y quizás una razón de su tendencia a la discreción, la modestia y al poco hablar, tan característico en él cuando interactúa con la grey literaria huanuqueña.
Elí tiene 3 libros de cuentos publicados, como ya se dijo, pero podrían haber sido 4 si reuniera, como una especie de antología personal, aquellos que versan exclusivamente sobre la violencia política: Entre dos fuegos y Yo sabía que los iban a matar, del libro El mejorero y otros cuentos; Reencuentro con la camarada Heidi y Canje de vida, de Flor silvestre; La furia del Chacal y Sin salida, de La venganza del mejorero. Un libro hipotético que podría tener 6 cuentos, pero que bien podrían ser 4, pues los dos primeros relatos del primer libro con los dos del último podrían amalgamarse en solo dos narraciones, debido a que son una especie de historias continuadas, o mantenerse así, de 6, pues son cuentos dependientes e independientes al mismo tiempo.
Al margen de sus logros técnicos y la pertinencia de sus estructuras narrativas, y más allá de la narración en primera o tercera persona, que también son una creación ficcional, en estos seis cuentos Elí Caruzo se ubica generalmente en la posición de las personas o grupos humanos que han padecido la violencia política a partir de los dos frentes en conflicto: Sendero Luminoso (hermoso nombre maculado por la naturaleza criminal del movimiento político) y el Ejército. El cuento Entre dos fuegos grafica esto -no solo por lo explícito del título-, cuando el protagonista, Marcelo Díaz, ante la sindicación del Chacal, el cruel oficial del Ejército que lo captura tras un enfrentamiento con una columna sediciosa, responde: “Yo no soy terruco. Traje a unas personas para que no tomen represalias con mi familia”. Y más adelante, el mismo Marcelo, impelido para trasladar a los senderistas, no se niega ante el pedido del jefe de estos: “(Espartaco), muy sereno, le pidió que los transportara a Caimito, a varios kilómetros de Yacusisa. No se negó. Sabía que hacerlo significa arriesgar la vida”. En La furia del Chacal, cuento correlativo del anterior, los inocentes que sufren los embates de la violencia se amplía y alcanza al pueblo en general.
Lisandro es el protagonista narrador de los cuentos interrelacionados Yo sabía que los iban a matar y Sin salida. En la primera, soporta el empeño del terrorista Juan Manuel, quien intenta ganarlo para la guerrilla y al mismo tiempo poniéndolo a prueba confesándole que una familia vecina iba a ser aniquilada. Mientras que en la segunda, la presión viene de Gamaniel, militar infiltrado en territorio de conflicto e integrante de la familia asesinada, que busca venganza por lo ocurrido a su parentela. Lisandro padece los embastes de estas dos personas, que encarnan a las dos fuerzas en conflicto, ocasionándole perturbaciones de conciencia a partir de su silencio forzado.
Al igual que los anteriores, Mery Rosales es otra víctima del fuego cruzado, aunque con cierto matiz que la diferencia de las anteriores. La protagonista del cuento Canje de vida es construida aquí como un ser proclive a la delación, pero no de manera gratuita o por algún tipo de incentivo crematístico, sino a partir de un hecho límite, la desesperación que le provoca el rapto de su esposo por las huestes senderistas. “Yo sé muchas cosas… Sé quiénes son los encargados de este y otros sectores. El Delegado de acá es un canalla”, dice ella, pero no como una odiosa delatora sino una consternada mujer que ve la posibilidad de perder a su pareja.
En Reencuentro con la camarada Heidi, si bien la protagonista describe hechos sangrientos, toda la narración está impregnada por una velada humanidad, una atmósfera que no cuaja como enteramente violenta. Y es que Heidi, mediante su voz confesional, se muestra víctima de los abusos y excesos de los militares que posteriormente la motivan a sumarse a las filas sediciosas para cobrar venganza. Se distingue a un ser no ideologizado y que sucumbe al afecto por su interlocutor, hecho totalmente contrario a las reglas del grupo alzado en armas.
Cuentos y novelas sobre la violencia política se han escrito en gran cantidad en nuestro país (en el 2010, el norteamericano Mark Cox censó 300 cuentos y 68 novelas escritas por 150 escritores) y creemos que Elí Caruzo es uno de los puntales que mejor la abordan y tratan, no solo porque la vivió en carne propia (radica hasta hoy entre Pucayacu y Puente Pérez, escenarios del conflicto) sino porque tiene cómo hacerlo: el dominio de las técnicas y métodos narrativos. No aparece en las antologías elaboradas por Mark Cox y Gustavo Faverón, pero no dudamos que a fuerza de calidad pronto será visibilizado y reconocido como buen exponente de este tópico. Entonces, como hace 10 años, recorremos la ciudad de Tingo María a bordo de su moto, disfrutando de ese bellísimo lugar, tan bello que no me cabe en la cabeza de que haya sido uno de los epicentros de la bestialidad humana, generada por el fanatismo político.
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