Gustavo Gutiérrez Merino, destacado teólogo peruano y figura fundamental en la teología de la liberación, nació en Lima en 1928. Su vida estuvo marcada por una adversidad temprana, ya que a los 12 años fue diagnosticado con osteomielitis, enfermedad que lo postró en una silla de ruedas hasta los 18 años. Este sufrimiento no solo afectó su salud física, sino también la economía familiar, que se deterioró debido a los altos costos del tratamiento. A pesar de las dificultades, su pasión por la lectura floreció, influenciada por su amistad con el poeta Juan Gonzalo Rose y la obra de César Vallejo, cuyas palabras lo acompañaron durante sus años de convalecencia.
Según el sitio del Instituto Bartolomé de las Casas, Gutiérrez comenzó sus estudios en medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pero pronto descubrió su vocación sacerdotal e ingresó al seminario. Tras ser ordenado, continuó su formación teológica en Lovaina y Lyon, donde tuvo la oportunidad de aprender de teólogos de renombre, como los dominicos Yves Congar y Marie Dominique Chenu, influyentes en el Concilio Vaticano II.
Al regresar a Lima, Gutiérrez asumió el cargo de párroco en la Iglesia Cristo Redentor en el Rímac, donde estableció una conexión profunda con las comunidades más vulnerables. Sus experiencias personales y su labor pastoral le brindaron un agudo entendimiento de la pobreza y la desigualdad en la sociedad peruana. Esta comprensión, junto con los eventos del Concilio Vaticano II y el contexto socioeconómico de América Latina en los años 60, moldearon su enfoque teológico.
En un artículo publicado en el sitio web del Instituto Bartolomé de las Casas, se destaca que la Conferencia de obispos de Medellín en 1968 marcó un hito en la historia de la iglesia latinoamericana, reconociendo el deseo de emancipación y transformación social en el continente. Gutiérrez planteó que la teología debe surgir del sufrimiento y la lucha de las clases populares, abordando las preguntas sobre cómo hablar de Dios en un contexto de opresión y miseria.
El proyecto teológico de Gutiérrez se centra en la pobreza y sus causas, proponiendo una forma de hacer teología que surge de la vivencia solidaria con los oprimidos. En contraste con la teología europea, que enfrentaba el ateísmo y la pérdida de adeptos, la teología de la liberación se cimentó en la experiencia del sufrimiento y la vulneración de derechos en América Latina.
La obra de Gutiérrez no estuvo exenta de críticas; su libro "Teología de la liberación" fue objeto de un análisis exhaustivo por el entonces cardenal Ratzinger, actual Papa emérito Benedicto XVI. A pesar de las tensiones, Gutiérrez mantuvo su fidelidad al magisterio de la iglesia y revisó su obra para incluir un enfoque más amplio sobre las luchas sociales.
Gutiérrez también fue pionero en abordar la intersección entre la fe y la justicia social, argumentando que la teología debe ser una reflexión crítica de la praxis histórica y no un discurso abstracto. En 1992, publicó "En busca de los pobres de Jesucristo", donde explora el legado de Bartolomé de las Casas y su lucha contra la explotación de los pueblos nativos.
El impacto de Gutiérrez se extiende más allá de su obra teológica; ha influido en la vida de muchas personas, ayudándolas a entender que la fe debe vivirse en el contexto de los desafíos sociales. En una carta de 2018, el Papa Francisco reconoció su contribución a la iglesia y la humanidad, agradeciendo su opción preferencial por los pobres y su capacidad de interpelar la conciencia social.
La vida y obra de Gustavo Gutiérrez Merino continúan inspirando a nuevas generaciones, subrayando la importancia de una teología comprometida con la realidad de los más vulnerables.
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